sábado, 8 de octubre de 2011

Mi Otro yo: Arístide Garcés

Arístide Garcés perdió la inspiración cuando todavía era muy joven y él se marchó. Incluso ahora que su vida estaba llegando a su fin, su necesidad de ser distinta, diferente, única, le dificultaba entender que lo que sentía era lo más común entre el resto de mortales. Y que ese miedo que la paralizaba, que distorsionaba todo lo que percibía, era lo que la convertía en alguien igual a los demás.

Era otra época, otra manera de ver las cosas, pero esa justificación nunca le pareció suficiente. Jamás llegó a comprender por qué cuando le detectaron ese problema en el corazón que le impediría realizar cualquier esfuerzo físico, y en consecuencia tener hijos, inmediatamente él, sin más, se marchó. Creyó que la felicidad era demasiado arriesgada, y se resignó a pasar su vida sola.

Nadie como Arístide Garcés sabía lo que era echar de menos algo que nunca sucedió. Siempre en la sombra, siempre mirando con celos a los demás. De su niñez recordaba pocas cosas, pero sí se acordaba de su padre diciéndole que debía ser justa con la gente si quería ser tratada con justicia. Durante la mayor parte de su juventud trató de seguir ese consejo a rajatabla y, de repente, un día, al poco que él se marchara, se dio cuenta que nadie, nunca, había sido justo con ella. Nunca. Nadie. Y sintió cómo un veneno agrio y amarillo como la bilis le fue llenando las tripas y el corazón.

Y ahora, ahora que ya a duras penas quedaba tiempo para nada, Arístide Garcés cayó en la cuenta de que, tal vez, la felicidad nunca fue tan cara, o que igual tenía el mismo precio para todos. Ahora…

2 comentarios:

  1. ... estupendo principio sobre el paso del tiempo.

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  2. Me ha gustado mucho la presentación de este personaje, la forma de describir los sentimientos, haciendo que la tristeza más profunda se vuelva rutina.
    La foto es genial.

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