miércoles, 5 de octubre de 2011

Mi alter ego se llama Eduardo Bertone, pero todos quienes le conocen le llaman Don Eduardo.
Nació hace 53 años y dos días en Buenos Aires, en el barrio de Palermo; pero desde hace más de 20 años vive en un coqueto piso en la esquina de la calle Tucumán con Maipú. 
Su parecido con Gardel es espectacular, aunque suele llevar barba. Sin embargo, Don Eduardo no es el típico porteño. Es amistoso y nada soberbio, ni arrogante, pero es todo un nostálgico: le encanta ir al London City Bar y deleitarse con un buen tango y siempre lleva una flor en la solapa de la chaqueta o asomando por el bolsillo de la camisa. Generalmente una pequeña rosa roja que compra cada día por cinco pesos nada más bajar a la calle, en una floristería que queda a tan sólo dos cuadras.
Don Eduardo disfruta de la compañía de su perro Diego, un gos d’atura con el que conectó durante una estancia en España, en casa de unos primos en Barcelona. Desde entonces se adoran. Se entienden. Pasan muy buenos ratos juntos, sobre todo los domingos, a media mañana,  cuando cuida de sus nietas Gabriela y Nora y los cuatro pasean ruidosos hasta la Plaza de Mayo.
Durante más de 20 años trabajó como ingeniero industrial en una empresa de fabricación de frigoríficos. Pero desde el “corralito” las cosas cambiaron y tuvo que poner su creatividad a prueba. Quizá fue el pasarse media vida diseñando compresores cada vez más eficientes, o el gas refrigerante, o los cubitos de hielo o el mismísimo cambio climático. Pero lo cierto es que a pesar de todo, aprovechó la ocasión y en menos de 24 horas volaba por encima de la Pampa con dirección a los grandes glaciares, con destino a su nueva vida como chofer.
Dentro de un par de semanas volará de nuevo a Ushuaia, con Diego en la bodega. Allí permanecerán hasta febrero. Y ya es el  noveno año consecutivo que lo hacen. Y es que los turistas que recorren esta región aprovechando el verano austral están a punto de llegar.


6 comentarios: