sábado, 10 de diciembre de 2011

Riama salió de su casa como cada mañana con su pequeña mochila marrón y su amplia sonrisa. Era su novena entrevista en esa semana, pero esta vez sería distinto, esta vez le darían el trabajo, estaba segura.
A Riama le gustaba pararse a mirar todos los escaparates que encontraba a su paso. Si alguno le gustaba en especial, podía quedarse hasta 15 minutos mirándolo. Pero ese día llegaba tarde por lo que decidió acelerar el paso y no pararse en ningún escaparate.
Riama miró el reloj, le quedaban 15 minutos para comenzar la entrevista y estaba a sólo dos calles del lugar donde la habían citado, de modo que decidió bajar el ritmo. Pensó que como iba tan bien de tiempo podría detenerse un instante a comprarse un café pues la noche anterior no había dormido muy bien. Decidió detenerse en una pequeña cafetería situada en la esquina de la calle que había justo antes de llegar al lugar de la cita. Al salir, escuchó un sonido extraño, parecía un bebé llorando. Se quedó callada durante un instante para tratar de escuchar de nuevo aquel extraño ruido y ver de qué se trataba. A los pocos segundos lo volvió a escuchar. El sonido venía de detrás de unas cajas de cartón que había apiladas entre unos contenedores. Riama, que siempre ha sido muy curiosa, se acercó a ver qué era aquello que hacía ese ruido tan raro. Apartó un par de cajas y pudo ver al fin de qué se trataba. Era un cachorro, el cachorro más bonito y tierno que había visto en su vida. Riama cogió al cachorro en brazos y se enamoró de él al instante. Sabía que no podía dejarlo allí pues podría morir de hambre, de frío o incluso atropellado y que si lo llevaba a la perrera no se harían cargo de él, de modo que decidió llevárselo a casa.
Riama cambió la dirección de su trayecto. Habría perdido un trabajo, pero había ganado un amigo.

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