Un día de estos, en los que me despierto después de media jornada laboral, recuerdo un viaje muy largo, del que llegué hace poco; me
encuentro allí, en aquella casa alejada de la India donde la gente se marcha a estar
solo, a vivir ese momento de paz interior, de reflexión y es ahí donde estoy yo;
repartido entre dos mundos, dos oficinas muy diferentes, por un lado un caso de una joven con ganas de desconectar y por
otro un señor que piensa que su vida ya no tiene solución que ha desperdiciado
los años y que esto se acaba.
¿Y qué hago yo? Ponerme
manos a la obra, ¡hay mucho trabajo por delante!
Odio tener que relacionar vidas tan… ¿Cómo definirlas?
Paralelas, tal vez. Pero esta noche es
especial, tengo esa sensación de que lo más insignificante para los dos los
puede unir, crear un lazo entre ellos, eliminar esos problemas y conseguir
cumplir sueños.
Ahí está la solución, un simple maniquí, hay veces en la
vida en que eres el títere de todo el mundo, el maniquí al que le ponen, le
quitan cosas, le dan abrazos y besos, pero también patadas y empujones. Un
maniquí al que le quitan un brazo y su alrededor no siente su dolor, pero él lo
lleva por dentro. Pues que mejor manera de unir estos dos mundos paralelos que
creando uno en el que cuelguen todo lo que quieran borrar de su recuerdo, es
decir, de mi oficina, dejando paso a los buenos momentos que quedan por vivir.
Y así sucedió, este objeto unió la vida de estas dos personas, comenzaron a contarse sus cosas,
a crear ese maniquí donde dejaron su pasado, comenzando un futuro prometedor.
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